A Barack Obama le acaban de conceder el Premio Nobel de la Paz por sus “extraordinarios esfuerzos para fortalecer la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos”. Pero hombre, si está en ello. Tomó posesión de la presidencia de EEUU el pasado mes de enero, y llegaba como el nuevo Mesías, como la gran esperanza de paz para el mundo, en fin, como el hombre posiblemente más ocupado del planeta, teniendo en cuenta todo lo que tenía por delante y todo lo que se esperaba de él. Y no ha faltado a su palabra, lo que pasa es que está encontrando resistencias mucho más enconadas y tozudas de lo que quizás él mismo esperaba. Entendámosle entonces y démosle nuestro apoyo, pero paguémosle el trabajo cuando lo termine o al menos cuando lo tenga ya bien avanzado. Posiblemente, su equipo de lobby se ha puesto a trabajar a destajo esta última semana para ofrecerle este espaldarazo, después del fiasco de su órdago por la candidatura olímpica de Chicago, y sobre todo ante la ola de críticas –y hasta amenazas- provenientes del amplísimo e influyente sector ultraconservador de la sociedad norteamericana. Pero si es así, me da que han quemado este cartucho demasiado pronto. O a lo mejor es, simplemente, que en el Instituto Nobel de Noruega tenían muchas ganas de celebrar el fin de la era W. Bush.
Enrique de Pablo
Byenrique 