No es justa la descalificación de Natalia Rodríguez en la final de 1.500 femeninos. Con toda objetividad. En la repetición se ve que la española ve sitio para pasar a la etíope por dentro. Ésta va fundida, viene de lanzar un ataque brutal a 700 metros y ya no le queda ni un gramo de fuerza. Intenta instintivamente cerrar con el brazo. En esas circunstancias, yendo al límite, es muy normal que cualquier leve contacto dé con ella en el suelo. Cualquiera que haya corrido y hasta el que haya visto correr muchas veces lo sabe. No se entiende cómo los jueces no son capaces de apreciarlo. Además, y hay que reparar en esto, Natalia sale perjudicada del contacto. Está a punto de chocar contra una cámara, lo que hubiera terminado con todas sus aspiraciones. Y sale desequilibrada, lo que le hace perder unos metros que también podían haber sido decisivos. Luego se recupera y gana con autoridad. Creo que le ha faltado picardía y desparpajo, en vez de echarse a llorar y parecer que pedía perdón, tenía que haber cogido la bandera y dar la vuelta al estadio, como le decía Nuria Fernández que hiciera, pasando de los abucheos. No tenía que pedir perdón por nada. En cuanto vi la repetición, estaba seguro de que los jueces iban a ratificar su triunfo. Por lo tanto, ahora me llevo una decepción y me parece un error garrafal. Insisto, aunque no fuera española estaría aquí diciendo lo mismo. Lo que espero es que las apelaciones obren su efecto y la Federación haga valer no ya su influencia, que otras veces ya demostró que la tiene, sino que consiga simplemente hacer prevalecer una mínima noción de lo que lo que es la alta competición y, en concreto, de lo que son las carreras de medio fondo en campeonatos de este nivel. Esto lo escribimos ahora, casi en directo. Esperemos poder decicarle más tiempo y espacio. Y sobre todo que esa medalla de oro se quede donde debe estar.