De los Mundiales de 1983 en Helsinki, los primeros que se celebraron, me quedan en la memoria muchas imágenes: un Carl Lewis exultante, que empezaba a cubrir su curriculum de oro; pero era Calvin Smith quien había batido ese rancio record de los 100 de México 68 y sin embargo su especialidad era la curva del 200; Steve Cram y Said Aouita avisaban que pronto iban a tomar el relevo de Coe y Ovett en el mediofondo; una jovencísima Tina Lillak premiaba la tradición de su pueblo, presente y entregado en la grada, brindándole el primer título mundial de jabalina; Marita Koch y Jarmila Kratochvilova, fueran lo que fueran, impresionaban con su poderío y sus marcas que, por la razón que sea, hoy se antojan insuperables; y para insuperable, Edwin Moses, que cubría etapas en su larga travesía de imbatibilidad; y en fin, nombres que después se iban a perpetuar en lo más alto de los podios mundialistas, como Greg Foster o Sergei Bubka.
Los Mundiales de Roma de 1987 parecieron quedar cegados por esa explosión de carrera que años después nos dirían que no valió. Once años se tardaría en correr por debajo de esos 9,83 que Ben Johnson dejó grabados en la piedra imperial, antes de ingresar para siempre en las catacumbas. Perecería que no hubo nada más sobre el foro, pero sí lo hubo; los 2.09 que estableció Stevka Kostadinova en salto de altura dicen que podrían peligrar ahora en 2009. En el milqui, Abdi Bile irrumpió, muy inoportuno, justo en el momento en que José Luis González era capaz de batir a Cram y cuando Aouita había optado por refugiarse en la gloria fácil de un 5.000 ganado sin brillo ni emoción. Cerca de su final, Moses firmaba con Harris y Harald Schmidt la que quizá haya sido la carrera de 400 vallas más bella de la historia, en dos décimas entraron los tres.
Los Mundiales de Tokio en 2001 miden 8.95 m. Ya es desgracia que, después de haber rozado la marca durante años, el día que Carl Lewis por fin superaba el record de Bob Beamon por un centímetro, su paisano Mike Powell fue a saltar cinco centímetros más. Eso sí, el Hijo del Viento sí consiguió allí su mejor record logrado en una pista y no en los despachos, los 9,86 en el hectómetro. Nourredine Morcelli se erigía en el nuevo rey del mediofondo; Kattrin Krabbe empataba con Marlene Ottey en glamour, pero la vencía en las dos pruebas de velocidad; y primeras noticias de un velocista de dibujos animados que se llamaba Michael Johnson.
Entonces empezaron a celebrarse cada dos años. Los de Stuttgart, en 1993, nos presentaron a Haile Gebreselassie, general de los 10.000 luego por muchos años, nos dejaron dos soleados oros en marcha –Massana y Bragado- y Morcelli ajustó cuentas con Fermín Cacho un año después de lo de Barcelona. Por lo demás, ahí seguían Bubka, Zelezny en jabalina… y las chinas se despacharon a gusto del 1.500 para arriba. En Gotteborg, en 1995, nos salvó Martín Fiz, que nos dio nuestro primer oro en maratón, y por lo demás volvieron a reinar los habituales, los ya citados por no repetirlos otra vez, y además Iván Pedroso, 8.70 en longitud, y la gran Hassiba Boulmerka, que sumaba en 1.500 su segundo mundial al oro olímpico ganado en Barcelona mientras en su Argelia la amenazaban de muerte por correr en pantalón corto y sin velo.
Atenas 1997 fue la irrupción de Maurice Green y la confirmación de esa maravilla aborigen que se llamaba Cathy Freeman. Pero además fue la de nuestro doblete en la cuna del Maratón, con Abel Antón y Martín Fiz. Y por supuesto el 1.500, donde Hicham El Gerrouj derrocó al hasta entonces dictador Morcelli, escoltado por Fermín Cacho y el entonces prometedor Reyes Estévez (hoy, doce años después, campeón de España y una de nuestras esperanzas en Berlín). Pero empezaba lo de El Gerrouj. Lo que hizo Sevilla 1999 fue demoledor: ganó corriendo en ¡3.27.65! bajo un sol de justicia, sin liebre; Ngeny segundo, en 3.28; Estévez tercero, 3.30; Fermín Cacho haciendo creo la segunda marca de su vida, y fue cuarto; Andrés Díaz la mejor carrera de su vida para ser quinto, entró en la meta llorando de desesperación. Ese tartán de Sevilla tenía algo. Maurice Green rozó el record del mundo, 9.80, y quien lo tocó de lleno fue Michael Johnson en 400, unos 43.18 que ahí siguen diez años después. Y sí, habíamos nombrado por primera vez a Michael Johnson en 1991. Pues ahí había seguido, en todo lo alto, todos estos años.
Edmonton 2001 no trajo mucho nuevo, Green y El Gerrouj siguieron hegemónicos, la pértiga femenina se consolidó como una de las pruebas más atractivas y Marta Domínguez se ganó una plata a pulso en 5.000, que repetiría dos años después; París 2003 fue el vacío en la velocidad y, allá en la larga distancia, Kennenisa Bekele tomó el relevo de Gebreselassie para mantener el imperio etíope intocable e inaccesible a las demás áfricas acechantes; en Helsinki 2005, retirado Hicham, el vacío se extendió también al medio fondo, pero por lo menos vimos aparecer a Elena Isynbayeva; y en Osaka 2007, la mejor noticia fue Tyson Gay y la presentación en sociedad de Usain Bolt, subcampeón en los 200.
En fin, que no sé si es que mi memoria trabaja mejor con los eventos pasados que con los recientes o que mi capacidad de sorpresa va menguando. Pero se nota a las claras en este atropellado resumen que los primeros mundiales me han dejado mucho más. No sé exactamente por qué, pero sí soy de los que piensan que cuando se celebraban cada cuatro años el nivel era mejor, y sobre todo que los años post olímpicos no son ideales para este tipo de citas sino para que los atletas se centren en batir sus marcas y el protagonismo lo asuman los meetings veraniegos. Qué años aquellos cuando asistíamos a ese carrusel de reuniones –Oslo, Zurich, Berlín, Bruselas, Roma, Colonia, Koblenza…- que eran como pequeñas olimpiadas, con lo mejor de lo mejor en cada una y cada cuatro o cinco días.
Pero eso no significa que no tengamos esperanzas de ver algo bueno en Berlín. Desde luego, el fenómeno Usain Bolt y su confrontación con Tyson Gay ha tenido, sin duda, un efecto estimulante en los aficionados. A ver si ese efecto se traslada a otras disciplinas, algunas un tanto dormidas en los últimos años. Yo creo que sí, que algo más aprenderemos en estos Mundiales. Estaremos atentos.