Los Juegos Olímpicos de Seúl en 1988 puede que no fueran los más brillantes de la historia, pero sí dejaron dos hitos que marcaron un antes y un después en el deporte. Uno en atletismo, para peor: el positivo de Ben Johnson en los 100m supuso una convulsión, las marcas en general se resintieron de aquel duro golpe y, en algunos casos, no se han vuelto a recuperar. Otro en baloncesto, y este fue para mejor: la derrota de Estados Unidos en semifinales supuso el fin de una época, ya no volverían a acudir a la cita olímpica con equipos universitarios, si querían mantener su hegemonía tenían que llevar a los profesionales. A Barcelona’92 vinieron nade menos que con el dream team.
Merece ahora la pena recordar aquella tarde –mañana en España– en Seúl. Los norteamericanos llegaban con la autoestima recuperada tras su derrota frente a la URSS –nunca reconocida, ni siquiera recogieron las medallas de plata- en Múnich’72. Campeones de nuevo en Monteral’76, no acudieron a la cita de Moscú’80 y se despacharon a gusto en Los Ángeles’84 –en la que faltaron los soviéticos- con aquel equipo tremendo –a todos los efectos de NBA– que entrenaba Bobby Knight. Pero todavía más: dos años antes, al Mundial celebrado en nuestro país habían enviado un equipo de chicos de tercer y cuarto año –con David Robinson y Tyron Bogues– y se habían llevado el título, doblegando precisamente a la URSS en la final. Su superioridad estaba bien clara.
Y a la olimpiada coreana venían otra vez con lo mejor… de sus universidades. Esa generación ya no tenía a Michael Jordan ni a Pat Ewing, pero sí al citado Robinson, ya hecho y derecho, y al que se presumía la nueva gran estrella, Danny Manning, que finalmente nunca lo sería. Con otro entrenador de prestigio, John Thompson, un fanático de la defensa como lo era Bobby Knight. Como sus antecesores en Los Ángeles, jugaban con una agresividad que asustaba, dejaban a sus rivales –a España en el primer partido- en tanteos ridículos, les hacían parecer verdaderamente torpes. En ataque no derrochaban tanto talento, carecían de grandes tiradores. Pero les bastaba para machacar al que se pusiera por medio. Nadie dudaba que conquistarían el oro otra vez. Nadie pronosticaba otra cosa que otra rotunda victoria en semifinales contra una dubitativa URSS.
Las crónicas de aquel partido vienen muy bien detalladas en estos enlaces. Marca.com; Basketme.com; Acb.com. Simplemente reseñar que aquella selección soviética estaba compuesta por unos descomunales jugadores –Sabonis, Volkov, Kurtinaitis, Marciulonis, Homicius, Tikhonenko…- pero que daban en jugar sin orden ni concierto, con un viejo entrenador –Alexandr Gomelski, el zorro plateado- al que habían recuperado después de casi haberle jubilado. Los puristas del baloncesto moderno se burlaban de sus sistemas que decían arcaicos. Solo que esa tarde de octubre les vino la inspiración colectiva, se sintieron un equipo, derrocharon una garra inusitada. Y además varios de ellos supieron dar lo mejor de sí: Kurtinaitis con 28 puntos o Sabonis, que medio cojo, se hizo una roca en la zona y nadie pudo moverle de ahí. A los intrépidos universitarios les entró el miedo en el cuerpo en cuanto se vieron por detrás en el marcador, John Thompson se desgañitaba en el banquillo con la toalla al hombro… 82-76, la URSS a la final, USA a jugar por el bronce. Y esta vez no podía alegar injusticia arbitral. Nunca más…
“Traed a Magic Johnson” les espetó Gomelski tras consumar la afrenta. Y en efecto lo trajeron. La que no volvió fue la URSS, desmembrada un año después. Desde entonces, la selección de baloncesto de Estados Unidos está formada eminentemente por jugadores de la NBA. Con ellos, en las primeras citas volvieron a ser intratables: por supuesto en Barcelona con ese equipo que te vencía nada más verles pisar el mismo suelo que tú. Pero también en Atlanta’96 y Sideny’2000, aunque con algún susto por medio. Se despistaron, quizás por indolencia y por no ser capaces de funcionar como equipo, en Atenas’2004, y también en los Mundiales de 2002 –en su casa- y 2006 –el que encumbró a nuestra Generación de Oro en Japón. Desde entonces no han vuelto a fallar.
Al actual entrenador, Mike Krzyzewski, le eligieron para que formara verdaderos equipos de jugadores impresionantes. Para que las estrellas se entregaran a una causa común. Se comió el marrón en su primer mundial, cuando perdieron con Grecia en semifinales, pero a partir de ahí lo ha ganado todo. Con selecciones de ensueño –las de los Juegos de Pekín y Londres con las que se toparon los nuestros en la final- y con otras menos glamurosas pero igualmente poderosas –Mundiales de Turquía y hace dos años en España. A Río de Janeiro han venido con un plantel más parecido a los de los mundiales que a los de las olimpiadas. Pero todo indica que siguen siendo irresistibles. Eso sí, diremos este USA Team de Río da en recordar un tanto –salvando las distancias- a aquél de Seúl. Tremendo físico, defensa agobiante… Bueno, estos sí tienen grandes tiradores.
Hace cuatro años formulé un deseo olímpico para aquel bisiesto 2012. Que finalmente no se pudo cumplir porque los sueños, la mayoría de las veces, sueños son. No imaginé, la verdad, que volviera a repetirse esa oportunidad. Pero la vida da estas vueltas, y aquí está otra vez. Y son unas semifinales. Como en Seúl… Déjenme soñar.